(> continuación) Quedamos a las 6:00 am, en una gasolinera Repsol de la carretera de Burgos, junto al maravilloso circuito del Jarama. Al final, el dúo se transformó en trío. Raúl colgó el post del viaje en varios foros y un bmwista a lomos de su equipadísima GS 1200 2007 se unió al viaje. Así pues, Enrique, Raúl y yo partimos para el puerto de Bilbao a eso de las 6:30 con los depósitos a tope. Aunque embarcábamos a las 13:00, el check-in se hacía a las 12 y queríamos llevar margen por si ocurría algún imprevisto con las motos.
El ritmo que imprimió Raúl fue un poco alto, y con la excusa de que no podía controlar la velocidad porque no le funcionaba la instrumentación (de camino a la gasolinera se le había estropeado) no bajábamos de 150 km/h. El tío tiraba como alma que lleva el diablo. Por mi parte, el cable del velocímetro-cuentakilómetros también estaba roto (cuando me cambiaron el neumático delantero se lo cargaron), debiendo guiarme por el cuentavueltas y los chivatos del tablero. El rojo que indicaba la entrada de la reserva era vital. Enrique nos asesoraba cada 150 kms, poniendo su perfecto parcial germano a cero tras cada parada e indicándonos cuando debíamos echar gasofa. Tras 4 horas rodando y tres paradas entre desayuno y repostajes, llegamos a Bilbao. Nos cayó agua llegando al Puerto de Santurce, pero aún así el trayecto se me pasó volando y teníamos margen.
El ritmo que imprimió Raúl fue un poco alto, y con la excusa de que no podía controlar la velocidad porque no le funcionaba la instrumentación (de camino a la gasolinera se le había estropeado) no bajábamos de 150 km/h. El tío tiraba como alma que lleva el diablo. Por mi parte, el cable del velocímetro-cuentakilómetros también estaba roto (cuando me cambiaron el neumático delantero se lo cargaron), debiendo guiarme por el cuentavueltas y los chivatos del tablero. El rojo que indicaba la entrada de la reserva era vital. Enrique nos asesoraba cada 150 kms, poniendo su perfecto parcial germano a cero tras cada parada e indicándonos cuando debíamos echar gasofa. Tras 4 horas rodando y tres paradas entre desayuno y repostajes, llegamos a Bilbao. Nos cayó agua llegando al Puerto de Santurce, pero aún así el trayecto se me pasó volando y teníamos margen.
29 horas zascandileando dentro del "Orgullo de Bilbao" se hacen muy largas y tienes tiempo para hacer de todo, o mejor dicho, para no hacer nada. Bien es cierto que el barco disponía de cine, peluquería, bar, recreativos, mini-casino, sala de fiestas, buffet libre, restaurante, tienda, atraco a mano armada para el cambio de euros a libras (por 20 € te devolvían 10 libras...), etc. Al final te cansas, y excepto comer, beber café hirviendo, hacer fotos y pasear por cubierta, poco más se puede hacer. Los guiris, en cambio, lo tenían claro. Jugar a las máquinas tragaperras y beber, beber y beber... cerveza, claro. A otras les daba por celebrar una especie de despedida de soltera, que ya era hora porque a tenor de los añitos que calzaba cada una, era más un milagro que otra cosa. La pasarela de personajes que pululaban por el ferry no tenía desperdicio.
Yo desconocía este “submundo zoologil” que se desarrolla en las entrañas de los ferrys. Convivimos con la Señorita Rotenmeyer-welldón, Brutus todoseguido, la teniente O’Neill Maite Bilbao y sus zapatos Caterpillar, la mosquita muerta, Tamariz, el inspector, el cabezón, el chino malo y camera-man entre otros. Tras evitar repetidas veces a una vieja a la que yo debía hacerle mucha gracia y que siempre me sonreía (desgraciadamente a su hija no llegué a conocerla), la mejor opción era dormir. Un camarote para Raúl y para moi, y otro cuádruple para Enrique (apuró mucho para hacer la reserva y claro, no quedaba otra cosa...). Al contrario que el suyo, el nuestro era interior y carecía de ventana. Algo claustrofóbico si odias los espacios pequeños, pero ideal por sus vistas... a la pared. La cortina frontal era de palo, pues al descorrerla escondía una nada muy hermosa. Psicológicamente ayudaba a no volverte loco, sí. (+)
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