(> continuación) 18:00, ya estamos en Portsmouth. Al salir del barco, nos recibe una espectacular y desagradable lluvia.
Que Enrique dispusiese de un flamante navegador Tom Tom con una maravillosa ruta prefijada lo hacía todo más cómodo... de no ser porque la batería estaba más tiesa que la mojama. Total, que al final y como suele suceder en estos viajes, tuvimos que tirar de dedo y del mapa Michelin del Carrefour de toda la vida, ése que siempre funciona.
Nos metimos 7 horitas del tirón entre pecho y espalda, parando lo justo por la gasolina y para asegurarnos de que íbamos en la dirección correcta. Llegamos a la primera gasolinera por los pelos, con 180 kms recorridos y el chivato de reserva luciendo en rojo neón. La cajera no quería aceptar mi tarjeta Mastercard porque no estaba firmada, por lo que la autografié, y me la cogió un poco reticente y de mala cara; malditos ingleses. Un conductor de autobús muy majete, nos planificó la ruta ideal. Enrique y su buen sentido de la orientación “GSero” hicieron el resto. En la tercera parada, un tipo se nos acerca interesándose por nuestras 851. Por lo visto él también tenía moto y un colega con una Ducati 1098. Una nota agradable en una noche de perros y lluvia que no cesa. Raúl tenía problemas con el puño izquierdo, pues con tanta agua se escurría del semimanillar. Como a mí me había pasado lo mismo en España, le saqué un par de bridas y asunto resuelto.
Buscamos alojamiento insistentemente en tres áreas de servicio, hasta que dimos con una en la que quedaban camas libres. Ya era más de la 1 de la mañana. Dormimos en un hotel de Didsbury, una población a pocas millas de Liverpool. Estábamos cansados, empapados y hambrientos. Una vez aparcamos las motos (cubiertas con su funda impermeable correspondiente para evitar más agua), nos dirigimos a un supermercado 24 horas para arramblar con algo de comida fría que me sabía toda igual. En una mesita de madera junto al hotel, degustamos tan exquisito manjar. A las 2:30 ya estábamos durmiendo. (+)
Que Enrique dispusiese de un flamante navegador Tom Tom con una maravillosa ruta prefijada lo hacía todo más cómodo... de no ser porque la batería estaba más tiesa que la mojama. Total, que al final y como suele suceder en estos viajes, tuvimos que tirar de dedo y del mapa Michelin del Carrefour de toda la vida, ése que siempre funciona.
Nos metimos 7 horitas del tirón entre pecho y espalda, parando lo justo por la gasolina y para asegurarnos de que íbamos en la dirección correcta. Llegamos a la primera gasolinera por los pelos, con 180 kms recorridos y el chivato de reserva luciendo en rojo neón. La cajera no quería aceptar mi tarjeta Mastercard porque no estaba firmada, por lo que la autografié, y me la cogió un poco reticente y de mala cara; malditos ingleses. Un conductor de autobús muy majete, nos planificó la ruta ideal. Enrique y su buen sentido de la orientación “GSero” hicieron el resto. En la tercera parada, un tipo se nos acerca interesándose por nuestras 851. Por lo visto él también tenía moto y un colega con una Ducati 1098. Una nota agradable en una noche de perros y lluvia que no cesa. Raúl tenía problemas con el puño izquierdo, pues con tanta agua se escurría del semimanillar. Como a mí me había pasado lo mismo en España, le saqué un par de bridas y asunto resuelto.
Buscamos alojamiento insistentemente en tres áreas de servicio, hasta que dimos con una en la que quedaban camas libres. Ya era más de la 1 de la mañana. Dormimos en un hotel de Didsbury, una población a pocas millas de Liverpool. Estábamos cansados, empapados y hambrientos. Una vez aparcamos las motos (cubiertas con su funda impermeable correspondiente para evitar más agua), nos dirigimos a un supermercado 24 horas para arramblar con algo de comida fría que me sabía toda igual. En una mesita de madera junto al hotel, degustamos tan exquisito manjar. A las 2:30 ya estábamos durmiendo. (+)
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