25.8.08

III. Liverpool, fiabilidad mecánica y llegada a La Isla (IOM, jueves 21)








(> continuación) Check-in a las 17:00 en el Puerto de Liverpool. Esperando a que abrieran las vallas, se nos acercan dos tipos y empezamos a charlar. Nos preguntan de dónde somos, nos informan de la muerte de un aficionado alemán en La Isla y nos advierten que no nos calentemos mucho cuando estemos en el circuito porque es muy peligroso. Nosotros hacemos caso a los consejos y nos disponemos a chequear las motos. Tarde o temprano tenía que pasar: la moto de Raúl se niega a arrancar. El terror se hace presente en su cara... y en la mía. ¡No puede ser! Empujamos hasta el control y bajamos la rampa. En el peor de los casos, la metemos en el ferry y en la isla veremos. Mientras esperamos a que llegue el ferry, otro ducatista con una flamante 900 SS Superlight del 92 ‘Edición Limitada’, esa que montaba llantas Akront con palos Marvic, se nos acerca y comenzamos a charlar. Otros moteros van llegando.

El inglés de la Superlight nos cuenta que el vejete que está a nuestro lado, subido en una CBR 900 RR del año 2000 corrió en los ’70 en la isla, acabando 6º en su mejor carrera... Increíble. Cuando el ferry amarra, descienden los vehículos y comienzo a flipar: varias BSA y motos de principio de siglo pasan a nuestro lado como si tal cosa. Restauraciones impolutas y mecánicas de otras décadas marcan el territorio... la Isla de Man está cerca, y esto es un aperitivo. La moto de Raúl brama de nuevo, y las atamos en la panza del barco deseando llegar a nuestro destino.

Noche despejada, 21:45, hora de llegada. Mis pulsaciones están a tope y el nerviosismo aumenta por momentos. ¿Qué habrá al otro lado? ¿Será tan increíble como dicen? Tras deslizarme sutilmente por la rampa de descenso, toco suelo firme. Ya estoy aquí, esto es de verdad. El Puerto de Douglas es el nexo de unión de la Isla de Man con el resto del mundo. Totalmente iluminado, el paseo principal brilla incandescente a través de una bellísima e interminable hilera de luces cuyo final no alcanzo a ver. Cierro los ojos y me dejo invadir por un penetrante olor a mar. Los edificios tienen ese aspecto victoriano y decadente de las cosas empapadas por siglos vikingos de lloviznas y temporales. Enfrente nuestro, un cartel reza: “Welcome to the Isle of Man”. Tras la foto de rigor, me arrodillo y beso un suelo cargado de la historia motociclista más grande jamás contada.

Una pareja nos indica cómo llegar a nuestro Bed & Breakfast. A nuestro encuentro sale Christopher, dueño del B&B que hemos reservado. Un enorme inglés, socarrón y gafotas, de pinta indefinida, que me recuerda al protagonista de los dibujos animados de “Padre de Familia”. El dormitorio en el que deberíamos pernoctar 4 noches seguidas merece un capítulo aparte. Un nuevo descubrimiento en el mundillo de la cienciología-cursi. Dos camas altas con colchón ultracómodo... en una habitación con paredes en tonos pastel, sillón de oreja de terciopelo rojo junto a la ventana, florecillas y cestos con pétalos de flor por todas partes, almohadones en forma de corazón con elefantes de lentejuelas moradas, un tierno osito de peluche con la tarjeta de la casa junto a un bombón con lazo rojo y una televisión plana que no funcionaba... ¡JODER, QUÉ MARICONADA! Eso sí, todo muy cuco, limpio, ordenado y hortera.
Lo mejor de todo es que nuestro Cristoph nos dejaba cada noche una frasca de Brandy de la que Raúl y yo dábamos buena cuenta antes de dormir, brindando por nuestra llegada a La Isla: ¡OLE y OLE! (+)

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